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Protección. El poder de los pensamientos.

Actualizado: 21 nov 2022



Por Flor Burroni




El cambio de hemisferio me tiene mal. A pesar de llevar más de 20 días en este lugar, aún no puedo normalizar el sueño. Anoche no fue la excepción. Al despertarme por la mañana, supe que uno de los tantos sueños que tuve no había sido un sueño más.

Soñaba pero me sentía despierta y en estado consciente…

Me encuentro en la cama durmiendo cuando de repente las sábanas y el cubrecama comienzan a moverse (algo imposible porque estoy sola). Debajo de ellas aparece Catalina, mi doberman color chocolate que se unió hace bastante tiempo al reino de los guardianes de cuatro patas que andan dando vueltas por ahí.

Catalina fue parte de mi vida durante diez años y desde que llegó a casa, muchas noches se acurrucaba debajo de las frazadas, como buen doberman, pegada lo más posible a un ser humano. Es una de esas razas que, entre otras cosas, si pudieran meterse debajo de la piel para estar más en contacto con uno, lo harían.

Mi mente sabe que no puede ser posible, que ella ya no está conmigo hace mucho tiempo. Aún así, como si fuese algo natural, acepto que volvió para estar un rato más conmigo. Recuerdo aún la sensación de tocar sus patas, acariciar su pelaje y dejar que ella acerque su hocico a mi mano.

El sueño estuvo presente desde que me levanté y durante un largo rato, en especial por la sensación que había dejado en mí al recuperar ese contacto con una de las mascotas mas especiales que llegaron a mi vida.

El paisaje es de una belleza increíble. Hace días que quiero recorrer el camino al costado del río; ir un poco más allá de la cascada que veo desde la ventana, tal vez sentarme un rato a observar y escuchar el agua correr entre las piedras. Es un camino de tierra; hice algunos intentos previos pero no llegué muy lejos. Aunque no es muy transitado vi gente haciendo ejercicio a distintas horas del día. No suelo tener miedo pero estos días estuve más alerta de lo habitual. De todas maneras, hoy sentí que podía ir un poco más lejos. Así que salí rumbo a ese destino.

Ya en camino, el ritmo sostenido y el sol cercano al mediodía templaron mi andar. Tal vez la hora y el calor -atípico para el invierno de este continente-, hicieron que los paseadores habituales no eligieran ese momento. Fue entonces cuando apelé a algunas técnicas de protección que aprendí con mi maestra de reiki. Que más da, están disponibles para todo el universo, pero algunos tenemos el privilegio de disponer de ellas cuando sentimos el llamado.

Fue en ese momento que recordé el sueño. Y como si fuesen piezas de un dominó, supe que la imagen que me protegería durante mi recorrido era la de Catalina. Me imaginé haciendo el paseo con ella caminando firme y alerta a mi lado, con un lazo sobre mi lado izquierdo. Aquí sí confieso que abusé un poco de la imaginación. En su paso por esta tierra, la realidad es que nunca logré que caminara junto a mi; estaba siempre unos cuantos pasos más adelante.

Pero después de todo, de eso se trataba, de pura imaginación. Y así continué mi camino, disfrutando del paseo, más relajada.

Pasé las cascadas y seguí un poco mas arriba, hasta que llegué a una curva en donde el camino estaba más cerca del río. Vi unas piedras de fácil acceso así que elegí una para sentarme un rato a observar. Tal vez al principio la intención fue encontrar un lugar para meditar, pero no estaba del todo motivada.

Después de algunos minutos, decidí que era hora de emprender el regreso. A pesar de los recursos utilizados, seguía sin estar cien por ciento tranquila. Fue entonces cuando escuché unos pasos de alguien que se acercaba, en dirección al bajo, hacia mi camino de regreso.

Me doy vuelta para levantarme de la piedra en donde estaba y la veo. Es una señora que camina con dos perros. Uno pequeñito, suelto, husmeando cada planta y piedra en el camino. El otro con una correa, caminando junto a ella, a su izquierda.

Es un dobermann.

No hace mucho que soy consciente de la sincronicidad y del poder de los pensamientos. Tuve que recorrer un camino bastante doloroso para llegar a comprobarlo, en especial para una mente como la mía, con predisposición a la lógica, lo tangible, lo científico, lo numérico. Reconozco que haberme abierto a nuevos conocimientos (nuevos para mi, milenarios para la humanidad) permitió una expansión de mi ser que no imaginaba posible.

Estar atenta a lo que nos va pasando, de eso se trata.

Terminé de incorporarme, saludé a la señora, me sonreí y con total naturalidad tomé su camino de vuelta. Que también era el mío. Caminamos a la par, en silencio. El pequeñín se acercaba cada tanto hacia mi con curiosidad y volvía a seguir con su minuciosa inspección botánica. En tanto la mujer, cada cierto tiempo llamaba la atención al doberman ordenándole que caminara junto a ella, que estaba siempre unos cuantos pasos más adelante.

Llegamos al final del camino. Ella tenía su coche estacionado allí, así que nos separamos, la saludé y volví a sonreír.

Seguí mi andar hasta retomar la calle que me llevaría de vuelta a casa. Luego de un rato el auto de la señora pasó a mi lado en dirección al pueblo. Inconscientemente (aunque ahora que lo pienso, parte de mi mente aún lógica tal vez buscaba otra señal), solo alcancé a ver las tres últimas letras de la placa en su parte trasera. Eran las iniciales de alguien que ya no está aquí, pero no me quedaron dudas que todo el tiempo fue mi verdadero protector. Mi corazón latió más fuerte aún y lloré de emoción.



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